Adolescentes, distintos afuera que adentro de casa

En la adolescencia los hijos suelen vivir en su propio mundo, pero educarlos a tiempo en la actitud de consideración al otro puede ayudar a formarlos como personas más atentas con los demás.

Nicolás tiene 12 años y dejó de ser el niño cooperador con que su mamá siempre contaba. Ella le pide que haga su cama, sin embargo, lo único que consigue es una discusión sobre la poca importancia que eso tiene. “Qué te importa, vieja, si nadie la ve, cierro la puerta”, responde.

En contradicción a esto, es precisamente la adolescencia el período en que los jóvenes comienzan a experimentar el espíritu de servicio. Van a trabajos de invierno o son líderes scout. Pasan hambre y frío y llegan contentos de ayudar a otros, pero en su casa no son capaces de recoger un plato de la mesa.

Esta dualidad muchas veces resulta conflictiva para los padres, que reciben elogios de sus hijos cuando son invitados a la casa de un amigo, pero pelean siempre con ellos porque los ven ensimismados en su mundo.

Si algún hijo vuelve de alguna actividad solidaria, los padres jamás deben comparar esa labor proactiva con su actitud pasiva en la casa. Felicitarlos y buscar la manera de que lo apliquen en la familia es una buena alternativa.

Más allá de su metro cuadrado

Manuel Uzal, abogado y educador desde hace 12 años, asegura que esa actitud apática en la casa, es algo normal de la edad. “El adolescente anda en búsqueda de su personalidad y afuera se permite experimentar y ser ‘otro’, generalmente el que quiere ser”, asegura.

Sin embargo, el rol educativo de los padres en esta materia es clave para educar buenas personas tanto dentro como fuera del hogar. “Los hijos deben ver en el ejemplo paterno una permanente preocupación por el bien de las personas más cercanas, partiendo por la propia familia, en las mismas tareas de la casa; luego por la familia extensa, llamando a los abuelos, preocupándose de ellos, de un tío o primo que lo necesite, y también colaborando con personas necesitadas a las que se les ayude constantemente ya sea material o espiritualmente” sostiene.

La clave es partir desde que los niños son pequeños. Alejandra Muñoz, psicóloga, explica que “los hijos deben saber desde siempre que la familia es un equipo en donde todos tienen que cooperar. Si la mamá va a cocinar, yo la ayudo a poner la mesa, mi otro hermano la recoge, papá lava los platos; eso hará que después, acciones como esas, no sean un cambio en las reglas, sino algo que siempre se ha hecho”, dice.

A esto se suma que es precisamente la adolescencia un período ideal para que los jóvenes pongan en práctica el servicio social a los más desvalidos. “La adolescencia es el período sensitivo de la justicia. A esta edad se motivan muchísimo ayudando a los necesitados o buscando resolver las injusticias sociales y ese ímpetu debiera aprovecharse para fomentar la preocupación por los demás en todos los ámbitos de la vida”, sostiene Uzal.

Eso sí que en este punto es fundamental que los padres no comparen la actitud del joven si es distinta a la de la casa. “Muchas veces los papás tienden a burlarse de sus hijos porque son muy buenos ayudando afuera y no en la casa, pero es clave que se les incentive a realizar ese tipo de actividades. Si siempre se le felicita por entregar su tiempo a los demás aunque sea puertas afuera, el hijo irá incorporando que esa debe ser la actitud a seguir en todo lugar”, asegura.

Finalmente también puede ayudar en el desarrollo de una actitud de consideración al otro, la preocupación de los papás por el bien común. “Cuidar el medio ambiente; rezar por las necesidades del país o por algún conflicto mundial también. En resumen se trata de agrandarles el corazón. Moverlos a que se preocupen más de las necesidades de los demás, sin estar tan pendientes o alegando por las propias”, agrega Uzal.

Tratar con un adolescente que no tiene ganas de ayudar en la casa puede ser algo complicado. Pero realizar labores por acuerdo puede ser una excelente solución. “Siempre ayuda mucho que lo que el joven haga sea algo consensuado, y no una mera imposición. Para lograrlo son muy útiles las reuniones familiares donde se dan ideas para un mejor funcionamiento familiar: normas de la casa, sanciones por eventuales incumplimientos, y todo lo que contribuya a una mejor comunicación y colaboración”, dice Uzal.

Para Alejandra Muñoz también es clave llegar a un punto de coincidencia. “Creo que los padres en esta etapa deben transar. No en términos de principios ni valores, pero sí en cosas que son más pragmáticas y que, de no hacerse, pueden tener un costo en la comunicación, lo que resultaría más grave”, asegura.

La manera de negociar es distinta para cada familia y no hay recetas establecidas “Si una mamá es profundamente ordenada y para ella es importante que el hijo haga la cama, los papás deberán ceder quizás en permitirle una vez dejarla sin hacer, aclarando que es un trato y que luego tendrá que hacerla”, dice.

Por su parte, “si un adolescente fuera de casa se porta bien y es generoso, significa que la educación que está recibiendo le está quedando”, señala Uzal. “Lo malo sería que fuese un ‘patán’ tanto dentro como fuera de la casa. Eso no significa que no haya que dar la lucha porque colabore, al menos en lo mínimo exigible a su edad, porque ya caerá en la cuenta, y se comportará con mayor unidad de vida”.

Lo más importante es explicarle a los hijos que vale la pena considerar al otro porque ese es el secreto de la felicidad. Para ser feliz hay que amar, y amar es darse. El que se olvida de sí mismo y se da a los demás, se olvida de sus problemas y experimenta el gran gozo de contribuir a la alegría del prójimo.

(por Loreto Pérez, de la revista Hacer Familia Chile)