Nace Dios

Si queremos recristianizar la Navidad, hemos de comenzar por vivirla en su sentido más auténtico en el ámbito de nuestras familias. Para ayudarnos en ese objetivo, va este artículo del Padre Pedro Ferrés, capellán del Colegio

Cuando se acercó el tiempo del nacimiento de Jesús, se había creado un clima de expectación por la llegada del Mesías, se respiraba en el aire. Unos Magos de Oriente se habían puesto en camino por un motivo sorprendente. Isabel había concebido un niño a pesar de su vejez. En el Templo de Jerusalén un anciano santo había recibido la promesa de no morir hasta ver al Salvador… Mientras, en su discreción, una doncella de Nazaret oraba con insistencia por el Mesías prometido, y rezaba todo el día: “¡Ven, Salvador mío! La tierra está sedienta de tu santidad. El mundo está en tinieblas porque aún no brilla tu luz. Ven a la tierra para que seas amado de todos. Desde ya eres el amor de mi alma. Te quiero con todo mi corazón aunque aún no te haya conocido ¡Toda mi vida es para ti!”.

En el Adviento hemos fomentado la virtud de la esperanza de la salvación. Nosotros, posteriores a Cristo, ya le conocemos y además sabemos que la salvación ya se realizó. Pero distinta era la situación y la psicología de los anteriores a Cristo. Nos viene bien el intento de ponernos en el lugar de los “justos” de la Biblia que esperaban la salvación de Dios: Abraham, Moisés, David, los Profetas, los Reyes de Oriente, Simeón, Ana, Zacarías e Isabel, los pastorcitos de Belén, ¡José y María!

En Navidad se nota que Dios es el Señor de la historia. Cuando los Reyes Magos llegan a Jerusalén y preguntan por el lugar del nacimiento del Rey de los judíos, los sabios dicen: “en Belén de Judá, porque así lo anuncia el profeta Miqueas”. ¿Pero cómo es que Jesús nace en Belén de Judá si María es de Nazaret de Galilea? Ocurrió así porque el gran emperador César Augusto había decretado un Edicto según el cual todos debían empadronarse en su ciudad natal… y José era de Belén. ¡Dios nace en el lugar previsto valiéndose de la voluntad de un emperador pagano! (algo parecido había ocurrido en la antigüedad de Israel con Ciro de Persia).

Ni César ni nadie sabía que estaba por ocurrir el suceso más extraordinario de la historia: ¡Dios se hace hombre! ¡El Eterno se hace Niño! …y nace pobre, como el más pobre de los pobres. Y nadie se entera, todo el mundo está en otra… Sólo los santos, los de corazón puro, los sencillos, los humildes, los que miran al cielo esperando en Dios, los que saben hacer silencio para escuchar…

Que no estemos en otra. Interiorizar la Navidad. Orar, contemplar, meditar. En este sentido nos ayuda hacer el pesebre en nuestras casas, para que la escena del Nacimiento nos entre por los sentidos y nos llegue al corazón. Dice San Josemaría: “He procurado siempre, al meditar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro. Necesito considerarle de este modo porque debo aprender de Él. Debemos conocer su vida, leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas, a fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús…” (Es Cristo que pasa, n. 14). Jesús nace para morir. Jesús nace para mostrarnos el camino del amor. Jesús nace para que nos animemos a morir con él por el olvido de nosotros mismos. Jesús nace para que alcancemos la alegría de los hijos de Dios. Jesús nace para ser nuestro hermano. Jesús nace para hacernos familia. Jesús nace para que sepamos perdonar. Jesús nace para limpiar nuestros corazones. ¡Jesús nace para salvarnos!

¡Feliz Navidad!